Hace unos días, enfrenté el último y más reciente encuentro con la discriminación.
Había solicitado un servicio, con anterioridad, crucial para cumplir con mis objetivos y no retrasar mi labor. Para mí, era obvio que podría darse algún inconveniente; entonces, volví a consultar, el día anterior, pero no recibí respuesta.
Como resultado, no alcancé mis objetivos. ¡Yo esperaba esa situación! Y no me causó ninguna frustración saber que eso sucedería tal y como fue.
En efecto, me dirigí a realizar el reclamo formal y a solicitar que, para la próxima, se tomara previsiones.
En ese momento, desde la puerta de la oficina -- y aclaro: Ese fue el único espacio que ocupé...--, fui recibido por el encargado general que, al darse cuenta que yo estaba en su puerta, me recibió con un "¿Sí?".
--Puedo afirmar que, si hubiera recibido un "¡Buenos días! Mi nombre es .... ¿En qué puedo servirle?", mi actitud habría sido otra.--
Me sentí ignorado y, a la vez, como algo molesto, para él.
Al percibir esa apatía, mi intención fue manifestar, sin ocultar mi molestia, lo ocurrido y las consecuencias; pero, casi de inmediato, se ocupó de preguntar qué necesitaba, para la siguiente ocasión, interrumpiéndome repetidamente.
Conseguimos arreglar las diferencias, luego de pequeñas luchas como "la cantidad de años en lo mismo" o " utilizando palabras técnicas, no usadas en la realidad, que solo son vistas cuando se estudia los temas que nos mantenían discutiendo". Pero lo que yo solicitaba me fue negado, por razones de normas institucionales.
Lo extraño es que, cuando su asistente llegó y me saludó diciendo "¡Hola, -Etiqueta-! ¿Cómo va todo?", su trato cambió y de inmediato, con tono de jefatura y muy simpático, le ordenó que se me diera todo lo que, minutos antes, era prohibido por el reglamento.
Lo que queda claro es que debemos contar con las etiquetas correctas, para ser tratados de la mejor manera o, al menos, fingir o hacer creer que se tiene alguna.